Por Ana María Schlüter
En el siglo VIII, el maestro Zen Pai-chang (jap. Hyakujo)
concibió por primera vez un monasterio diseñado
especialmente para monjes Zen. Desde antaño, estos
lugares se encuentran en la ladera sur de montañas
o colinas, formando con éstas y con los bosques, valles
y riachuelos, un conjunto armonioso de gran belleza. "En
el valle, junto a agua clara, bajo árboles, lejos de
quienes buscan honores y enfrentamientos", como describiría
siglos después, Keizan Zenji, el cuarto patriarca Zen
japonés por la línea de Soto.(1)
Jardín Zen en el
centro de Zendo Betania (Brihuega)
Generalmente, los monasterios están totalmente inmersos
en la naturaleza, pero de manera tal que la atención
no es atraída por el entorno sino que éste ayuda
a recogerse y abismarse. Aquí vemos ya un importante
rasgo característico del arte Zen. Refleja una sencillez
extrema. El arte Zen no se propone atraer la atención
sobre sí mismo, sino que procura humildemente abrir
el acceso a la simplicidad esencial de todas las cosas. Es
el arte del WABI, caracterizado por la relación íntima
con el silencio y el "vacío" en el sentido
del Zen. El vacío del Zen se puede comparar con un
vaso lleno de agua muy limpia. Si el agua es completamente
pura, se podría llegar a pensar que el vaso está
vacío. Pero si el agua está sucia, se ve enseguida
que el vaso está lleno. "Vacío", por
lo tanto, es sinónimo de puro y tiene un gran valor,
mientras que "lleno" significa todo lo contrario.
Otra comparación aporta un aspecto más: en el
caso de una ventana. si el cristal está totalmente
limpio, en este sentido vacío, no puede ser visto,
pero a la vez y precisamente por ello, todas las cosas que
hay al otro lado de la ventana aparecen con mucha mayor claridad,
tal como realmente son. El arte del jardín Zen está
íntimamente relacionado con este vacío y el
silencio unido a él.
Si en la era Heian (794-1192) se habían realizado en
Japón amplios jardines paradisíacos, "islas
y lagos sagrados", por los que se podía deambular,
disfrutar de un paseo en barco o celebrar fiestas, tiempo
después, bajo la influencia del Zen de China, en la
era de Kamakura y sobre todo de Muromachi (1336-1573), se
impuso una marcada tendencia a lo esencial. En los jardines
Zen no se puede pasear. Están ahí para ser contemplados.
Con el tiempo se les fue llamando KARE SANSUI, "paisaje
seco de montaña y agua". Aunque muy limitados
en lo externo transmiten algo infinito. Muchas veces el jardín
Zen queda enmarcado por un conjunto de árboles, el
lomo de una colina o un paisaje, que cual escenario prestado
- en japonés SHAKKEI -, se encuentra más allá
del jardín.
Un famoso maestro Zen, de los primeros tiempos del Zen en
Japón, Muso Kokushi (1275-1351), fue a la vez maestro
en el arte de los jardines. Mientras fue abad del templo Saiho-ji
en Kioto, construyó un KARE SANSUI en la parte alta
del jardín del templo, concebido sobre todo al estilo
Heian. Seguramente es el primer jardín inspirado por
el Zen, el primer "paisaje seco de montaña y agua",
un ejemplar de transición. El jardín Zen en
su perfección está representado por el templo
Ryoan-ji de Kioto, aproximadamente del año 1490.
El jardín Zen tiene forma rectangular, carece de color,
de adornos. Consta de fina gravilla rastrillada y algunas
rocas. Es monocolor como la pintura japonesa del SUMI-E en
blanco y negro, en la que se trata de percibir y representar
el "alma" de la flor. Sin embargo, esto no significa
de ninguna manera que la flor no se represente en su unicidad
tal como la percibe el ojo, con capullo, florecido o con hojas
marchitas. Un algo imposible de representar se manifiesta
precisamente en esta forma concreta. Responde a una percepción
que cabe expresar aproximadamente de la siguiente manera:
"Veo una hoja, pero no es exactamente la hoja lo que
veo y, a la vez, la veo mucho mejor".
En el jardín Zen se trata de algo similar. Quien lo
contempla con el ojo interior, percibe la esencia de la realidad:
una superficie rastrillada de una manera regular, sin forma
determinada, infinita, ilimitada como el mar. De lo ilimitado,
sin forma ni color, surgen, cual islas, algunas rocas, un
grupo armónico de tres piedras, por ejemplo, de diferentes
tamaños. Al dejarse impregnar por el conjunto, la paz
y el silencio toman posesión de quien lo contempla.
Es el jardín del TAO chino. "Hay una realidad
sin forma, nacida antes del cielo y de la tierra, inmóvil,
solitaria, independiente e inmutable. Se la puede considerar
la madre de todas las cosas. No conozco su nombre, la llamo
TAO." (2) TAO es WU, no-forma,
vacío, y YU es forma. Donde actúa TAO, (YU-WU)
reina TE, espíritu de paz. TE es lo maternal, lo que
nutre y protege.
Aquí se manifiesta claramente la estructura trinitaria
de la realidad. En su entramado esencial más íntimo
es a la vez igualdad y diferencia. Uno pero dos, dos pero
uno, como lo expresa el Hôkyôzammai de Tôzan,
poema Zen del siglo IX. Ya antes, en el siglo VII, otro maestro
Zen, llamado Sekitô, había compuesto el Sandôkai
("Diferencia e igualdad fusionadas"). La realidad
en su misma esencia es igualdad absoluta, diferencia absoluta
y unidad absoluta de ambas. Esto es SANBO, el triple tesoro.
Igualdad y diferencia no se pueden separar. Separarlas equivaldría,
por decirlo con una imagen, a separar la palma de la mano
del dorso. Esto supondría la destrucción de
la mano, que ya no podría actuar beneficiosamente,
lo mancharía todo. Cuando la experiencia de la realidad
no está enraizada en la triple raíz, de la que
precisamente da testimonio de un modo único el jardín
Zen, pueden ocurrir dos cosas: que se olvide la igualdad en
aras de la diferencia, así surge el dualismo, o que
se olvide la diferencia en aras de la igualdad, entonces surge
el monismo. Hablando de manera general, el défaut
de la qualité (la falta de la virtud) de Occidente,
con su gusto por el mundo de la diversidad de las formas existentes,
es la tendencia al dualismo, mientras que "la falta de
la virtud" de Oriente, con su profundo sentido del "vacío",
del misterio de todas las cosas, es la tendencia al monismo.
Pero si se permanece arraigado en la experiencia esencial
de la realidad no hay dualismo en Occidente ni monismo en
Oriente. Cuando se cae en uno de los extremos, no se está
en consonancia con la realidad, lo que tiene consecuencias
desastrosas en las relaciones sociales y ecológicas
del ser humano. En el primer caso el ser humano y la naturaleza
se convierten en objeto que se usa y explota. En el segundo
caso no existe el otro y por lo tanto nada ni nadie a quien
respetar, lo que tiene consecuencias igualmente destructivas.
Nos encontramos con la misma estructura trinitaria en el IKEBANA,
el arte del arreglo floral. Ahí se habla de SANMI-ITTAI,
"tres posiciones - un cuerpo". Esto se ve muy bien
en el arreglo floral llamado SHOKA. La flor o rama central,
la más alta de las tres, representa el cielo, sin forma.
A su izquierda surge de la misma raíz una rama cuya
altura alcanza dos terceras partes de la primera; es la forma,
el ser humano. A la derecha, por fin, sale igualmente de la
misma raíz una tercera rama, ligeramente inclinada,
acercándose a la horizontal, como una mano tendida,
es la tierra, la madre tierra, la compasión.
Nimura Sensei, maestra japonesa de IKEBANA, cristiana, hablaba
a veces también de "Padre, Hijo y Madre o Espíritu
Santo". El cielo y el ser humano, el Padre y el Hijo,
se inclinan el uno hacia el otro. La madre tierra que nutre
y da la vida, por su parte, se inclina hacia los dos. En ello
se manifiesta cierta relación que recuerda algo los
movimientos en el icono de la Trinidad de Rublev.
La experiencia mística de la estructura trinitaria
de la realidad, en el ámbito cristiano, se expresa
en su lenguaje característico, impregnado del calor
de la relación. Como escribe San Pablo: "En Cristo
ha aparecido el amor de Dios a los hombres" (Tito 3,4).
Aquí se encuentra en el centro, marcándolo todo,
la "persona", es decir, el estar-en-relación,
ser-por-relación. Persona no se debe confundir con
"individuo", que como unidad delimitada más
bien significa lo contrario.
En el jardín Zen la superficie sin forma corresponde
al Padre a quien nunca nadie ha visto, las rocas al Hijo y
en él a la maravillosa multitud de las criaturas. El
espíritu que rezuma el conjunto corresponde al Espíritu
Santo y dador de vida. Resultan muy sugerentes en este contexto
algunas de las reflexiones de Joseph H. Wong sobre ciertas
afinidades entre taoísmo y cristianismo.(3)
San Juan de la Cruz recurre a un fruto de la huerta en el
que se ve reflejado el núcleo tri-uno de la realidad.
Es la granada. Como esfera redonda, sin principio ni final,
representa al Padre. Las infinitas partículas en su
interior, diferentes unas de otras, están relacionadas
con Jesucristo, y el mosto de la granada simboliza el Espíritu
Santo. El conjunto lleva una corona formada por los sépalos
lignificados.
¿De qué manera aparecen en el ser humano símbolos
de esta índole? ¿Qué tipo de experiencia
los origina? El Maestro Eckhart lo expresa en un sermón
de Navidad (Dum medium silentium) de la siguiente manera:
Una autoridad pagana le dijo unas hermosas palabras a otra
autoridad: "Percibo algo en mí que brilla en mi
razón; noto que es algo pero no puedo entender qué
es; sólo eso me parece: si pudiera comprenderlo, conocería
toda verdad." Entonces la otra autoridad respondió:
"Pues bien. ¡Persíguelo! Porque si pudieras
comprenderlo, alcanzarías la esencia de toda bondad
y tendrías la vida eterna." En este sentido también
habló San Agustín: "Percibo algo en mí,
que brilla y reluce en mi alma, si esto llegara a su perfección
y fuera constante, sería la vida eterna."
Siempre que un ser humano está abismado en su más
profundo centro, percibe algo de eso. Se da cuenta de una
realidad de la que no puede dudar, pero que a la vez nunca
logra retener en su memoria. Es como si se le escapara una
y otra vez. Pero sorprendentemente ese no-sé-qué
le lleva a conocer con mucha mayor claridad situaciones y
cosas concretas, percibiéndolas como únicas.
Además, de ahí le viene una capacidad nueva
para responder a las interpelaciones de la vida.
Practicar Zen significa dedicarse regularmente al zazen,
a sentarse para abismarse. El jardín Zen es expresión
visible de la realidad tal como se la percibe en su núcleo
en una experiencia madura de Zen. El jardín se extiende
cual alma hecha visible de cuanto lo rodea: la colina, el
grupo de árboles, personas que están sentadas
en zazen, cocinan, cavan, limpian o sacan hierbas malas. El
jardín Zen también es el alma hecha visible
de cuantos, gozando y sufriendo, viven y trabajan en las grandes
ciudades. Para el ojo que sabe verlo, el jardín Zení
se extiende ahí de una manera maravillosa, como el
alma de todo y como el ser humano visto en su más profundo
centro.
En el lenguaje Zen no se habla de alma sino de SHO. El ideograma
con que se escribe consta del radical "vida" y el
prefijo "corazón" o "núcleo".
Lo que se percibe en una experiencia Zen, lo que se "ve",
es el corazón de la vida o, dicho con otras palabras,
la naturaleza esencial. El "paisaje seco de montaña
y agua" del jardín Zen es una manifestación
de esta vida en su núcleo, de la naturaleza esencial.
SHIZEN o JINEN, naturaleza, no significa en japonés
lo que normalmente entendemos por ello en occidente al hablar
de naturaleza. Mientras nosotros pensamos en bosques, paisajes,
flora y fauna, "naturaleza" en el sentido de SHIZEN
o JINEN, según sugiere el ideograma sinojaponés,
significa: el yo-mismo cuando se ha quemado todo lo visible.
Se refiere al ser en sí mismo. Mirándolo de
esta manera, el jardín Zen, precisamente por su desnudez,
es plenamente naturaleza, SHIZEN o JINEN.
El jardín Zen es un arte, el arte de representar lo
más esencial de la realidad, tal cual es, haciendo
aflorar su belleza íntima. De esta belleza vacía
de un jardín Zen se puede decir con palabras de Ueda
Shizuteru: "Algo es verdaderamente bello, cuando es más
que bello."Ahí se reflejan una simplicidad y naturalidad
extremas, una belleza que hace brillar el ser-tal-cual-es,
la talidad de las cosas.
Junto al jardín Zen de "Zendo Betania" está
colgado un texto que Miguel de Cervantes puso en boca de la
pastora Marcela: "Tienen mis deseos por término
estas montañas y si de aquí salen es a contemplar
la hermosura del cielo (vacío), pasos con que
camina el alma a su morada primera" (Quijote I, 14).
En el jardín Zen se puede experimentar lo que la realidad
es en su raíz, en su ser-como-es-en-sí-misma:
esencialmente vacío, misterio; y a la vez diversidad.
Igualdad y diferencia están entroncadas ambas de manera
esencial en el mismo núcleo de la realidad, juntas
son la realidad. "En MUI está UI, en la igualdad
hay diferencia", como dice Yamada Koun Roshi comentando
el Hôkyôzammai. Y también: "Unidad
y dualidad simultáneas son la verdadera manifestación
de todas las cosas del universo." Son uno como palma
y dorso de una mano. Un antiguo dicho Zen reza SHINKU MYOU,
el verdadero vacío es la maravillosa diversidad de
cuanto existe.
Se trata de que esta realidad no sólo se llegue a manifestar
en un jardín Zen, en la pintura sumi-e o en un arreglo
floral, sino sobre todo en el arte de la vida cotidiana, libre
de velos y distorsiones debidos a los "elementos venenosos"
de odio, codicia y orgullo. El jardín Zen, al modo
de imagen arquetípica, es una invitación que
habla al fondo del corazón y lo evoca. En él
brilla la verdadera realidad, la belleza del ser que transforma
al ser humano y lo convierte en instrumento de paz.
Notas
1. Cfr. HEINRICH DUMOULIN, Östliche
Meditation und christliche Mystik, Verlag Alber, Freiburg i. Br.-München 1966, 300s.
2. Tao-Te-King, capítulo
25.
3. JOSEPH H. WONG, "Some Affinities
between Taoism and Christianity", en: The Living Light,
Winter 1995, 31-40
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